“Me hice, soy o seré maestro por pura vocación”
Creo al 99% en esta afirmación que seguro que la gran mayoría de los lectores compartirán. Sin embargo, reconozcamos que ese 1% restante lo conforman otra serie de elementos no tan vocacionales como: tener una jornada laboral que, al menos en el centro, termina a mediodía; unas merecidas vacaciones en verano, navidad, …; los fines de semana; tener (si no te conformas con gran cosa) un buen sueldo; la seguridad de disponer de un trabajo “fijo”; y algunas razones que hacen que también, en otro sentido, nos guste nuestra profesión. No pasa nada. No es malo. No se hace uno dentista sólo por las sonrisas.
Pero tenemos un problema. El problema es que algunos no saben, no quieren saber o nos se dan cuenta de que ese 1% tiene veneno, casi una droga, que se alimenta de nuestra vocación y que trimestre a trimestre, curso a curso y año a año reduce esa vocación a un puñado de sueños perdidos, hastío, y a un montón de miedos e inseguridades apoltronadas en el primer cajón del escritorio. Hablo de tu zona de confort profesional.
Confort de que trabajes como trabajes recibirás lo mismo. Confort de que todo siempre es igual. Confort de que nadie se mete ni debe en tu trabajo. Confort de pensar que cómo hemos aprendido es cómo mejor se enseña. Confort de que nadie te diga qué haces mal, o cuánto haces bien. Confort de vivir bien, de hacerlo suficientemente bien. Qué triste: “suficientemente bien”.
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Muchos centros educativos se han convertido en jaulas donde sólo entran alumnos/as y maestros/as. Muchas aulas tienen las ventanas tapadas para que nadie mire dentro, ni afuera. Muchos nos agarramos al libro de texto con fuerza y muchos no queremos valorar o criticamos cuando nuestro compañero/a hace algo diferente. ¿Ese quién se cree? Y nos quejamos. Nos quejamos mucho. De la burocracia, de la ratio, de la heterogeneidad, de las nuevas crianzas, de las viejas crianzas, del equipo directivo, del coordinador/a, de la ley, del pasado, de presente, del futuro. Y quizá, hasta con razón. Pero, puff…¡qué más da! ¿Qué podría yo hacer?
Cuesta recordar, cuesta sentir tras esas últimas líneas cuánta vocación y amor al trabajo había, ¿verdad? Pero sigue ahí, latente, dormida, envenenada.
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Tenemos el inigualable privilegio de trabajar con seres que, “por poco buenos” que seamos, están diseñados, están creados para aprender. El niño/a aprenderá, cualquiera que sea lo que quieras enseñar. La cuestión es cómo. La cuestión es conseguir que al alumno/a le guste aprender o, que al menos, ni se de cuenta.
Aprovechemos ese confort profesional para cambiar el cómo, para innovar, para atrevernos. Tranquilo, aprenderán, para eso estás aquí, y ya sabes que lo conseguirás. Recorre otro camino, créate una necesidad, tira el libro, pregunta al amigo, fórmate, indaga y envenénate a ti mismo con la mejor de las drogas: el amor, el amor por enseñar, y el amor por aprender
Te invito a que te rindas a tu talento. A su talento. Que te rindas a tu vocación…pero al 200%.
Pablo García