La atención a la diversidad, y más a nivel educativo, nos engloba a todos y a todas. A nuestras características, niveles, ritmos, capacidades y peculiaridades sean cognitivas, físicas, económicas, sociales o de cualquier otra índole.
A menudo esta diversidad está bajo el mismo manto educativo, bajo la famosa campana de Gauss. Sin embargo, son aquellos alumnos y alumnas que se salen, por uno u otro lado, de dicha campana, los que nos hacen adaptar cuanto sea necesario (el entorno, los contenidos, los agrupamientos, las actividades …) para satisfacer sus necesidades específicas.
Yo me pregunto: “¿Dónde está el límite de la diversidad?”
Más que una moda, la atención a la diversidad es una realidad. Y el concepto inclusión educativa, es decir, tener de forma permanente a dicho alumnado en el grupo como “uno más” en la modalidad A ó B de escolarización, forma parte hoy día de la línea pedagógica de cualquier centro educativo que se precie. Postularte de manera contraria o, siquiera cuestionarlo, te harán viajar a la edad de piedra escolar y serás señalado por tu comunidad educativa como tradicionalista, segregador y retrógrado. De ahí para arriba.
Es innegable que tener en el aula a un alumno/a con necesidad específica de apoyo educativo resultará enriquecedor en muchísimas áreas. Partiendo de la base, me atrevo a decir científica, que avala que en la interacción y en la diversidad residen los aprendizajes significativos. El componente social, empático y colaborativo que manejarán los niños/as en el aula vale oro.
Pero, ¿cuánto vale ese oro?
¿Vale ese oro que mi alumno (o peor dicho, mi hijo) invierta tantísimo tiempo sólo en ayudar? ¿Lo vale el poder aprender menos cosas o hacer actividades menos lúdicas o variadas porque “no se puede”? ¿Vale el no poder atender a otros alumnos que me necesitan, y mucho, pero que no tienen una “etiqueta”? ¿Quién es el principal beneficiado de esta inclusión, el alumno incluido, todos, nadie…? ¿Quién marca el límite, si es que lo hay, de qué alumno debe y cuánto permanecer en aula ordinaria? Y, sobre todo, ¿hasta cuánto podemos exprimir a un docente en ratio, diversidad y ausencia de recursos?
No soy quién para establecer nada, pero sí lo soy para decir bien alto que debe haber límites, y que el objetivo último de dichos límites son, como siempre, nuestros alumnos. TODOS/AS, sin excepción, con inclusión y respeto a sus capacidades, sus ritmos y, sobre todo, sus derechos. Derecho a aprender.
Pablo García
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